Un gran despacho circular, seis ventanales a la calle y entre ellos -abiertos- siete grandes libros descansan sobre siete grandes pedestales.
Nos invita a sentar, se disculpa y sale del despacho.
Sorprendido, me levanto.
- ¡Jooder...!
- Carlos ¡por Dios! ¡Te quieres sentar!
7 enormes facsímiles de códices medievales.
- ¡¡La madre que lo parió!!
- Carlos ¡Por favor!
20, 30, 40, 50 mil Euros ¡Quien sabe!
El Salustio, el Quijote, Ibarra, Monfort, Aldo; tantos y tantos otros que podrían ocupar su espacio, un espacio en el que reposan siete libros sin alma.
- ¡Por favor....!
- ¡Tranquila..! Si no pregunta no habló.
- Bueeenóóó....!¡!¡
Entra el notario, calla y mi mujer respira aliviada.
Pasan los años y un buen día, la directora de una biblioteca pública quiere montar una exposición sobre la historia de la encuadernación.
Revisamos sus fondos y al final llegamos a un gran armario que hace las veces de cámara acorazada.
Se abre con varias llaves.
- No sirven.
- ¡Como!-
- ¡Que no sirven! No nos valen.
- ¿Y este?
- Tampoco.
- ¿Y este otro?
- Tampoco.
Un armario lleno de facsímiles; encuadernación, diseño, hierros y dorados que no se ciñen a la época de los originales.
Mezclados; hierros aldinos con góticos, mudéjares con neoclásicos.
La edición facsimilar es uno de los mejores medios para que los grandes libros medievales y no medievales permanezcan entre nosotros, pero al final todo se convierte en negocio.
Un negocio de ciertos editores y notarios.
Y así seguimos...
-¿Y estos? Pregunto.
- Son unos libros que compró el anterior bibliotecario.
Retira los 3 últimos y casi no puedo contener la emoción.
No imaginaba verlos allí.
- ¿Te sirven.....?
Allí estaban; el buen hacer, la humildad, el cariño y el amor al libro.
- A mi sí, pero a ti no.
3 libros encuadernados por Benito y Carlos Vera, su hijo.
La Iliada, la Odisea y El arte de birlibirloque, editados por Turner.
Una holandesa y dos encuadernaciones jansenistas en plena piel de cabra.
5 nervios, rótulos en pan de oro; su sola visión me emociona.
Hace unos días regresé al armario y aquí podéis verlos.
Una familia de encuadernadores, 4 generaciones -no sé si caso único- pero es un capítulo de la historia de la encuadernación en nuestro país y Carlos -el último de la saga-, encuadernador y amigo.
LOS VERA
El padre y abuelo encuadernadores de Benito Vera
Y Benito Vera, el padre encuadernador de Carlos Vera
Nunca he tenido el placer de conocerle pero siempre lo he admirado; por su humildad y honestidad; por su trabajo.
En el año 2002 la revista Encuadernación de Arte, publica dos magníficos trabajos.
Un artículo de Aitor Quiney sobre Louis Jou y una entrevista de María Pan de Soraluce e Isabel Ussia a Benito Vera, que aquí reproduzco íntegramente.
Benito Vera
Encuadernador y estuchista
María Pan de Soraluce e Isabel Ussia
Viaggio. B. de Burgo
Encuadernación en piel azul oscuro, con decoración del s. XVII con diferentes hierros dorados y estuche de petaca.
BENITO VERA es el tercero de una saga dedicada a la encuadernación, comenzada por su abuelo en la ciudad de Cuenca, cuando los encuadernadores iban por las distintas demarcaciones de las provincias. El viajaba en su carro y con su pesada prensa de notaría en notaría, encuadernando los delicados documentos y más tarde enseño a su hijo el oficio y el amor por el libro, algo que se fue transmitiendo de generación en generación hasta nuestros días. Benito, es uno de los pocos "maestros" -como los de antaño- doradores que viven hoy día, pero no se le puede encasillar únicamente como tal. Tras la segunda guerra mundial y con tan sólo 13 años, conoció el hambre y la necesidad y supo adaptarse trabajando muy duro en el oficio. Ya sea por el destino o por que su padre era lo único que le podía enseñar, su vida siempre estuvo marcada por el libro. La saga continúa con su hijo Carlos que, trabaja actualmente en la Biblioteca Nacional. Nosotras estuvimos en su casa y el olor y el sabor a libro se siente nada más entrar en ella. Puede que, desde la infancia, ese ambiente les atrape y necesiten vivir de y por los libros.
Atlas Portatif. Encuadernación en piel burdeos, con decoración de encaje.
- Benito, usted que puede hablarnos con perspectiva, hoy en día ¿En qué situación considera que se encuentra el oficio del encuadernador?
- Si me preguntas mi opinión como profesional, te diré que el oficio de encuadernador, entendido como el dominio de diferentes operaciones, está desapareciendo. Ahora mismo hay ciertos procesos que ya no se realizan o se relegan en otra persona especializada. Si a esto añadimos que vivimos en una sociedad mediatizada por los medios de comunicación en la que la cultura de la imagen está ganando terreno al mundo del libro, el oficio se resiente.
- ¿No lo ve contradictorio? Se supone que ahora estamos más formados y tenemos, en general, más "cultura" que antes.
- Efectivamente, es una situación extraña. Yo pertenezco a una época en la que he conocido aquella situación y la actual. En los años 30 había mucho cariño al libro y con menos medios se editaban libros de gran calidad. Existía más afición a la lectura desde niños, aunque el nivel cultural era inferior. Ahora, las nuevas generaciones tienen una preparación y medios de los que antes carecíamos, pero creo que son demasiado materialistas y competitivos: van más hacia lo práctico y rápido, a ganar dinero.
- Las personas van hacia lo rápido y útil. Los talleres de libros, ¿Se han adaptado a las necesidades actuales?
- Muchos talleres han desaparecido al morir el encuadernador. No olvidemos que la encuadernación es una artesanía y el Estado nunca ha prestado ayuda a los oficios artesanos, a diferencia de otros países. Ya no quedan buenos torneros, forjadores, guarnicioneros, etc. A pesar de ello, algunos talleres de encuadernación manual se siguen manteniendo en la brecha. Sí abundan, sin embargo, grandes talleres que están totalmente mecanizados, pero que realizan otro tipo de encuadernación.
- Usted puede hablar con conocimiento de causa ¿no?, porque ¿trabajó durante muchos años en la editorial Espasa Calpe?
- Me pasé seis años pegando cartones, estaba todo mecanizado. Aprendí muy poco en esos años, ya que cada uno tenía una tarea diferente y especializada, y no se conocía el resto del proceso.
Map of the Kingdoms of Spain and Portugal. 1820. Estuche en piel tabaco claro, con recuadro de un hilo en las tapas.
- ¿Dónde se puede decir entonces que aprendió además de por su padre?
- Mi padre era el Maestro de Encuadernación de la Editorial Blass que estaba en la calle Núñez de Balboa. Allí tuve mi primer contacto con la encuadernación. Este trabajo lo complementaba con los estudios en la Escuela de Artes Gráficas, donde tuve la suerte de tener como profesor a uno a uno de los mejores y más olvidados profesionales de la encuadernación española, D. César Paumard, que además de encuadernador era un gran artista. Dominaba técnicas prácticamente desaparecidas como el miniado de los cortes dorados. Él me enseño a dorar con pan de oro en una época en la escaseaba el material. De todas formas hay un sistema muy válido para aprender: fijarse en los errores cometidos. Los clientes son exigentes y saben apreciar el trabajo bien hecho, pero también te hacen rectificaren caso contrario. Algunos de ellos, como Enrique Montero, Luis Bardón, A. Rodríguez Moñino o Rafael Ruiz Gallardón, me enseñaron mucho con sus consejos. El dorador que tenían en Espasa Calpe era el jefe de la propaganda de Don Juan de Borbón, pero le detuvieron y yo le sustituí en su trabajo. A los dos años estaba harto de la empresa y cuando un amigo me propuso irme con él para realizar y dorar estuches de madera forrados de piel, no lo dudé.
- ¿Así que aprendió a perfeccionar el dorado en el taller de su amigo y decidió irse por que no veía futuro en Espasa?
- Sí, y porque era un reto. El personal era muy diferente..... Casi todos los empleados eran mujeres. ¡De hecho me casé con la jefa del almacén!
- Ahora lo entiendo. Y ¿Cuánto tiempo trabajó en el taller?
- 13 años.
- Hacía y doraba estuches pero, ¿Abandonó al libro durante tanto tiempo?
- No, yo siempre trabajaba luego en mi casa con libros por encargo y esa fue la única manera de que fuera poco a poco conocido en este ambiente. Más tarde, cuando me fui del taller de Villamor, en la calle Andrés Mellado, ya tenía muchos clientes interesados en mi trabajo. Al libro no se le puede abandonar por que son muchos pasos y sólo se dominan con mucha práctica y constancia.
- ¿Y su trabajo en el taller consistía únicamente en dorar los estuches o trabajaba también con la madera y la piel?
- Básicamente mi trabajo era el de dorador, ya que era el único que sabía dorar esos estuches redondeados de madera, pero éramos un equipo y el ambiente en el taller era muy familiar, así que yo también ayudaba en el resto del proceso cuando hacía falta.
Nouvel Itineraire General des Routes de Poste. 1765. Piel Oasis tabaco oscuro. Decoración s. XVIII.
- Su padre le introdujo y le presento a personas muy influyentes en el ámbito del libro como Palomino. ¿Que supuso para usted conocerle?
- Mi relación con él era muy estrecha, pues estudió con mi padre en las Maristas de Juan Bravo. Me enseñó mucho a su manera, porque siempre colocaba un paño encima de sus trabajos, para que no se viera lo que hacía.... aunque, eso sí, explicaba tantas veces como fuera necesario cualquier paso o duda. Por él he conocido grandes bibliófilos y amantes del libro como D. Bartolomé March, para quien estuve 13 años trabajando, realizando principalmente estuches en piel para manuscritos y legajos antiguos.
- Precisamente la encuadernación de estuches para libros es un campo que siempre ha querido destacar, ¿no es cierto?
- Así es, hay casos en los que es necesario preservar una encuadernación antigua sin llegar a restaurarla o en que la encuadernación de una edición de bibliófilo con grabados puede dañar la obra, por lo que lo más recomendable es protegerlos con un estuche. Si la costumbre de hace años de tirar las tapas de las encuadernaciones artísticas para rehacerlas se hubiese sustituido por la elaboración de estuches, hoy en día habríamos salvado esas obras de arte.
- ¿Cuál es el punto más álgido de la encuadernación?
- Hay muchos, pero quizás el dorado, sea ese punto, dado que es el más llamativo. Hay varias operaciones fundamentales a las que creo que no se les da la suficiente importancia, como el cosido, el escartivanado de mapas y grabados, prensado del libro, enlomado...sin las cuales la encuadernación no funcionaría. Es un trabajo ingrato por qué no se ve, pero al que yo doy mucha importancia. El no entendido sólo se fija en la decoración de las tapas.
- ¿Qué es y qué significa para usted, además de haberle dedicado su vida, la encuadernación?
- Yo considero que la encuadernación es el traje con que se viste al libro. Pero no debemos olvidar una cosa evidente: lo importante no son las tapas, sino el contenido. Hoy en día se hacen encuadernaciones que no son funcionales, dado que no nos permiten apreciar bien el libro. Tal vez estamos dando excesiva importancia a la decoración exterior, por encima de la construcción de la obra. Yo me quito el sombrero ante una encuadernación Jansenista bien ejecutada.
Los Eruditos a la violeta. José de Cadalso. Encuadernación en piel Marroquín verde, con decoración del s. XVIII.
Carlos Vera
Y dos tipografías góticas de Alivón que fueron de Antolín Palomino
Carlos Vera, en Cádiz 2009.
El año pasado volvimos a vernos y con Montse, nos invito a visitar la Biblioteca.
Los talleres de encuadernación y restauración, los fondos.
Amable y con voz pausada -pausada, lo contrarío del que os habla- recorrimos la biblioteca.
Montse Buxó, Carlos Vera y Biblioteca Nacional; un privilegio.
Nos conocemos casi desde el principio, hace más de 30 años y nos hemos visto no más de cuatro, pero es igual, siempre lo tengo presente; escucho cuando habla y no olvido jamás ninguna de sus palabras.
Antes nos vimos en Cádiz y se sorprendía cuando le recordaba lo que me había contado hacía 30 años.
¡Como me iba a olvidar! sobre libros y encuadernación no suelo olvidar y Carlos es historia, la historia de la encuadernación en España.
Amable, pausado, humilde, como sin darle importancia.
La primera vez que vi sus libros fue en la exposición del 86, en la Biblioteca Nacional.
Allí estaba él; entre los mejores, el más joven -treinta años- y cuatro de sus encuadernaciones.
Unos años más tarde lo conocí y contemplamos juntos esta vista desde la azotea del Centro Meteorológico de Galicia.
Desde la terraza del Observatorio
Le regale unos papeles, el me pidió un libro en rustica y un día llegó el cartero con este precioso libro que aquí os muestro.
Y una maravillosa tipografía gótica de Alivón.
Antolín Palomino era una persona muy "especial".
Un día necesitó un dinero y le vendió sus dos tipos góticos a Benito Vera.
Con el tiempo intentó recuperarlos y Benito, con muy buen criterio, los conservó.
Hoy son de Carlos.
Hace un par de años volvió el cartero y traía un paquete con remite de Carlos Vera.
No lo podía imaginar; me senté, lo miré sorprendido y emocionado, lo empecé a abrir.
¡Como lo iba a imaginar! Una maravillosa edición de Dafnis y Cloe, editada en 1890 en París; encuadernación jansenista de Carlos, en Marroquín verde, rótulos góticos y guardas de mi querida amiga Montse Buxó.
Tardé en levantarme, sin saber que decir.
Y con el libro una carta y es indiscreción sí, pero no vanidad ni soberbia mostrarosla aquí; así podréis comprobar vosotros mismos la clase de persona que es Carlos Vera.
Marroquín español comprado por Benito Vera en Barcelona hace más de 40 años.
40 años en un armario, y os puedo asegurar que está como si lo hubieran curtido hoy.
Guardas de Montse Buxó
Mi padre me obligaba a terminar mis deberes antes de salir a jugar con mis amigos, el suyo -además de estudiar-, a "tirar" un par de ruedas o "echar" un par de hierros y a mí, a mí me gustaría obligarlo a escribir un libro; un libro sobre sus vivencias y las de su familia en este maravilloso mundo del libro y la encuadernación.
Gracias por todo, querido amigo.
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