En España había un bibliófilo multimillonario y mecenas llamado D. Bartolomé March Cervera, por desgracia para algunos, ya ha pasado a mejor vida ¡Bueno! En este caso no se si es correcta la expresión. Pues para este buen señor trabajaron los mejores encuadernadores de Europa durante 40 años y sin limite de precio, hasta que llegó un momento en que no le pudieron ofrecer libros importantes que el no tuviera.
Sus bibliotecas de Madrid y Palma de Mallorca son únicas en el mundo, no son las más importantes pero seguro que si las mejor “vestidas”
No soy una persona apegada al dinero, pero a veces sueño con ser D. Bartolomé, recorrer los grandes talleres de Europa repartiendo libros ¡Haga Ud. lo que quiera! y después esperar sentado en mi biblioteca, como un poseso, la llegada del cartero.
¿Os imagináis abriendo el paquete?
Lo único remotamente parecido entre las vidas de Don Bartolomé y la mía atañe a los paquetes. En mi caso de hierros. Me encantan los hierros. Son mi debilidad, a veces me paso horas limpiándolos y mirándolos embobado. Disculpar si os parezco presuntuoso, pero os aseguro que es solo pasión.
Como relato en la introducción, desde el principio y dentro de mis posibilidades, empecé a comprar hierros, primero de «G», después de «R» y llegué a tener unos 250; cada vez con más frecuencia, cuando abría el paquete me disgustaba, pues los hierros no eran lo que yo esperaba y pagaba. Un día en una exposición en Madrid pude admirar unos hierros de Olivares el gran grabador español. ¿Pero que tenía yo en casa? ¡¡¡Que Hierros!!! Le escribí una carta y el amablemente acepto trabajar para mí. Me envió los dos primeros y fue la primera vez que sentí la sensación de D. Bartolomé: perfectos, maravillosos no tenía palabras. Llegue a reunir 30 hierros de Olivares, que hoy atesoro, hasta que un día, para mí desgracia, se jubiló.
Un buen día un encuadernador me llama y me hace una proposición: si tú me enseñas a pintar papeles al engrudo yo te enseño a dorar cortes. Los que me conocen saben que no hacía falta tal proposición; acepté.
Traía unas fotos de sus libros, barrocos, llenos de dorados y le pregunte donde compraba los hierros. Me contesto que a un chico en Madrid, que eran perfectos pero que no valían por que eran planos. ¡Perfectos! ¡Planos! Así conocí a Ignacio Blat “ALDO”, mi grabador y amigo desde hace años; el hombre tenía razón eran perfectos, no tenían nada que envidiar a los de Olivares (ni a los de Alivon en París) y a unos precios razonables, pero se equivocaba en una cosa: no eran planos; a la vista parecen, pero tienen una ligera curvatura, para poder dorar bien.
Y todo este rollo a que viene: pues para contaros que me acaba de llegar un paquete y quiero compartir con vosotros la emoción al abrirlo. Tomo la cámara y corro.
A veces se me olvida esto del “tomo” y “cojo”.
Un abrazo.
Pd.- Publicado en nuestro querido “Foro yahoo de encuadernación”
2006 © Carlos Rey